martes, 29 de enero de 2013

El 'Amour' de Michael Haneke

El cine europeo decidió finalmente rendirse al talento de Michael Haneke, a su desgarradora y descarnada visión del mundo. El Viejo Continente desechó nadar contra corriente, obviar el virtuosismo de un director escalofriante, apabullante y abrumador. Por ello, eligió La Valeta (Malta) para encumbrar su mirada, para ensalzar una trayectoria constante y contundente. La Academia del Cine Europeo no se anduvo con rodeos y concedió sus cuatro premios principales a la nueva cinta del austriaco, Amour (2012): mejor película, director e interpretaciones masculina y femenina –galardones que recibieron los actores Jean Louis Trintignant y Emmanuelle Riva respectivamente-. Un film que ya obtuvo, anteriormente, la prestigiosa Palma de Oro del Festival de Cannes y el distintivo de Mejor Película Extranjera otorgado por el Círculo de Críticos de Nueva York.

Esta obra, estrenada en España el 11 de enero, aborda los grandes temas trascendentales de la humanidad. Cual clásico literario, el metraje de Haneke ahonda en la muerte, en el paso del tiempo y en el amor. Pero, sobre todo, su historia se aferra a la compasión, a la angustia y al desasosiego. “El tema principal no es la muerte ni la vejez, sino la manera de afrontar el sufrimiento de un ser querido”, reconoció el propio autor, que confeccionó una película sobre un anciano matrimonio, que carea los efectos de una grave enfermedad. Basada en el suicidio de una tía del cineasta, la narración describe la degeneración física y psíquica que sufre la protagonista. A través de ese proceso, el director habla de la rabia, de la amargura, de la impotencia y de la desolación. Por supuesto, también del miedo a la soledad.




Una mezcla explosiva que sirvió para arrodillar al séptimo arte, para lograr que Europa volviera a rendirse ante su genio creador y perturbador. En cada una de sus películas, Haneke ha demostrado su capacidad para revolver el alma, para estrujar el corazón del espectador, para agarrar con fuerza las entrañas de público y mostrarle una desgarradora versión de la realidad. El cineasta siempre supo perfilar la violencia racional, el maquiavélico y estratégico uso del terror. El austriaco siempre ha acertado a la hora de enseñar la verdad. Una verdad sin tapujos, sin intermediarios edulcorados, sin desviar la cámara de lo importante, de su objetivo principal: crear un clima irrespirablemente atractivo, que te enganche como un yonki a la heroína (sabedor del dolor y desasosiego que te provoca, pero sin poder evitarlo).

De alguna forma, este director ha devuelto Europa a la élite hollywoodiense. Más allá de ese cine existencialista tan achacado al Viejo Continente, Haneke reconvirtió las estructuras del séptimo arte europeo con Funny Games (1997); asentó unas nuevas bases con La Pianista (2001); y las explotó en La cinta blanca (2009) y, ahora, en Amour. El cineasta se ha convertido en un referente mundial, al igual que lo fueran en otras décadas los italianos Fellini, Pasolini, Bertolucci, Sergio Leone y de Sica; o el francés Truffaut.

Una cumbre alcanzada mediante la radicalización de la turbulencia y la algarabía. Él siempre habla del disturbio interno de cada individuo. “Haneke es una verdadera autoridad retratando psicopatías e infiernos íntimos en ambientes presuntamente civilizados”, explica Carlos Boyero, crítico de El País. En cierta manera, recorre los pasillos de los demonios personales; abre las puertas del alma y despedaza su contenido. Una forma de invitarnos al desquicio, a la locura, al caos.

Publicado en la revista Nuestro Ambiente (Montilla)