domingo, 15 de abril de 2012

Las piedras de Buñuel

En plenos años 20, cuando arreciaba en Europa los ecos del Jueves Negro; cuando las vanguardias dirigían un arte subversivo, turbulento, insubordinado y belicoso; cuando los totalitarismos comenzaban a escudriñar la mentalidad de la clase media del Viejo Continente, para escribir después uno de los más crueles y aterradores capítulos de la Historia reciente. En esa época, el Paris de inicios del siglo XX acogía el encumbramiento del cine surrealista; con el maño Luis Buñuel como actor principal. Corría el 6 de julio de 1929 y hasta el Studio des Ursulines –un cine club del V arrondissement- se acercó una parte de la plana mayor de la intelectualidad francesa. Allí, por primera vez, se proyectaba Un chien andalou (Un perro andaluz, en su título en castellano).



A las puertas, según cuentan; andaba nervioso e histérico el, por entonces, tal Buñuel. Narran las crónicas y biografías, que el director español estrenaba ópera prima inmerso en un mar de dudas, por la innovador de su visión y también por la intransigencia de la crítica y del público de entonces. Afrontó la sesión atemorizado y optó por abandonar la sala y esperar fuera, explican algunas versiones. Otras lo colocan detrás de la pantalla. Eso sí, todas le atribuyen que decidió llenarse los bolsillos de piedras para lanzárselas a esa previsible masa que, según esperaba, se le abalanzaría tras la película. Y es que estos encuentros de vanguardistas y artistas extravagantes -aquellos que hoy rondarían lo snob y que, por aquella década, se concentraban en torno al humo de cigarrillos en tabernas de mala muerte- no hacían presagiar lo mejor. De hecho, Germaine Dulac ya había soportado anteriormente abucheos y descalificaciones; cuando su La concha y el clérigo se interrumpió a medio correr del cinematógrafo, por los insultos y humillaciones que seguramente evocaban a la madre de la cineasta. Es lo que tiene el surrealismo.

Aunque a Buñuel lo trató muy bien. Y la suerte anduvo de su lado aquel día, en aquel rincón parisino. Y el film partió desde Des Ursulines hasta Studio 28, donde se exhibió sin interrupción durante nueve meses. Y el movimiento lo acogió con los brazos abiertos, invitándolo a unirse al grupo del Café Cyrano; donde los integrantes de esta revulsiva vanguardia se encontraban para batallar sobre política y escribir manifiestos (costumbre muy de moda en los años 20). Y allí conoció a André Bretón y a Magritte. Y allí también forjó ese gustó por lo insurrecto e irreverente. “Hay que combatir con todo nuestro desprecio e ira toda la poesía tradicional. Los surrealistas nos proponíamos destruir el arte y la cultura”, escribió el maño mucho después.

Pero, realmente, Buñuel no destruyó al arte. Al revés, lo regeneró. Entre ellos, al Séptimo. Porque Un perro andaluz, aquel guión que escribiera junta a Salvador Dalí y que financiara gracias a las 25.000 pesetas que le prestó su madre, surge de dos sueños diferentes, de dos productos del subconsciente que enlazarían después los artistas. “Dalí me invitó a pasar unos días en su casa. Le conté un sueño que había tenido poco antes, en el que una nube desflecada cortaba la luna y una cuchilla de afeitar hendía un ojo. Él, a su vez, me dijo que la noche anterior había visto en sueños una mano llena de hormigas”, apunta el cineasta en sus memorias.



De esta forma, ambos compusieron una cinta basada en el simbolismo y la ideología, sin indicios de los mismos desde un punto de vista cultural tradicional. Quisieron romper con el pasado, para centrarse en la sucesión continuada de imágenes; para evocar en cada espectador sentimientos contrapuestos: irracionalidad y añoranza, historia y revolución, infancia y futuro, religión y ciencia. “Con Dalí, más unidos que nunca, hemos trabajado en íntima colaboración para fabricar un escenario estupendo, sin antecedentes en la historia del cine. Es algo gordo”, dijo Buñuel. Y así fue.

Escribieron la gran obra del cine patrio, la única referencia internacional que lleva la firma de España. Un perro andaluz sobrepasó los Pirineos y destrozó las bases de la sociedad occidental de principios del XX. Cuando surgía un nuevo arte, Buñuel y Dalí compusieron una cinta de influencia mundial; con más autoridad el pasado siglo que el propio Quijote. Hitchcock, David Bowie y Jonathan Demme evocaron después ese ojo y esa navaja de afeitar; esa nube y esa luna; esa mariposa y esa calavera. Buñuel sobrepasó los límites y fijó unos nuevos. Desde ellos se filmaron los siguientes pasos del relato del Cine.

Publicado en la revista Nuestro Ambiente